Siento que hay una piedrita dentro de mí. Materiales: las cosas que soy. Es azul, algo rugosa. Es azul con gris. Es un poco más dura que una bolita de arcilla. Y dentro de esa bolita, se forma poco a poco una bolita de hierro, por medio de alguna extraña reacción química. Y esa bolita es todo lo que soy por dentro que no puedo cambiar. Antes mi bolita no era dura, mucho menos de hierro. Con el tiempo se endurece y es cada vez más firme. Y sobre la bolita, hay capas de arcilla fresca, alguna muy fresca, que se lava con la lluvia, otras secas, que una buena ráfaga de viento puede llevarse y estrellar contra el suelo.
Con las manos le doy forma a mi bolita. Me gusta que sea redonda y sus cualidades terrosas. Con el tiempo, cuando el ir y venir de mis manos, y acaso alguna otra, logre pulirla, mi bolita brillará y alumbrará mi interior como no ha logrado hacer hasta ahora. Ahora solo recibe la luz, acaso rebota un poco en ella, emite un tenue resplandor. La luz la acaricia y penetra. Seca las capas de arcilla. Un día, cuando las paredes de mi bolita sean lo suficiente firmes, la luz rebotará con fuerza hacia el exterior e iluminará todo lo demás.
Aunque no sea una luz uniforme. Aunque en la superficie todavía haya piedritas y hojas de la arcilla sin limpiar, será mi luz. Aunque no sea una luz blanca. Aunque se encienda y apague de a ratos. Será mi luz. Si por dentro se empieza a oxidar; aunque tenga que arrancar la superficie blanda y húmeda que cubre el centro, y luego con cincel y martillo darle una nueva forma al núcleo, volver a empezar capa por capa. Será mi luz.