Aeropuerto

Harmony Lounge Jose María Córdoba

07.09.2024

Horas de la tarde.

Aeropuerto José María Córdoba. Harmony Lounge

El jazz que sale de los parlantes amenaza con tragarse todos los sentimientos incómodos.

Aquí estoy, viajando con un nivel de confort que me era imposible imaginar hace un año. De esperar sentada en las alfombras pisoteadas del aeropuerto de Panamá, de probar outlet por outlet los enchufes de carga en LAX. ¿Qué he hecho en mi vida para estar en el Harmony Lounge, una de las salas VIP de espera en el aeropuerto internacional de Medellín, a mis 24 años?

Por la mañana del mismo día.

Hoy me he levantado y tuve que reorganizar la maleta. Dentro de la maleta grande, tenía originalmente una pequeña maleta roja, que quería llevar conmigo en el equipaje registrado. De esas de mano. Pensé que cualquier cosa extra que comprase en Argentina podría ponerla dentro, y no tendría que preocuparme por el tema del equipaje extra. Pensando que así ahorraría más peso y espacio. Al final la dejé en casa. Al pesar la maleta en el aeropuerto, me di cuenta que terminé por topar el peso máximo de todas formas.

(mientras escribo esto, en realidad estoy en el lounge del aeropuerto, hinchándome de café y galletas)

Siempre da mucha sed durante los viajes. Los aeropuertos están repletos de almas sedientas. De personas sedientas. Aeropuerto: cascarón vacío lleno, repleto de personas sedientas.

El cuerpo se agarrota como nunca al viajar. Debo acordarme de hacer estiramientos.

6:42 p.m

En el avión

Hay un bebé que llora. Mientras grita y patalea, y hace su berrinche, sí, es un berrinche, estoy 3 filas atrás, diagonal a la familia y lo veo con claridad; no escucho la voz de la madre. Lo deja llorar. Mientras el niño llora, y su madre no dice nada, no puedo evitar preguntarme: “¿Dónde está la red de apoyo de esta mujer?”

La había visto antes, en la sala de espera. Tiene 4 chiquillos. Dos aún en edad para estar en brazos. Un pequeño un poco más grande, y una niña que no supera los 15 años. Me llamó la atención desde el primer momento que la vi. Pensamientos como: “¿Dónde estará el papá de las criaturas?” llegaron a mi con naturalidad. También me respondo sola. Acaso trabajando, acaso la dejó, acaso está fallecido.

Me pregunto: si nuestra cultura fuera diferente, y estuviéramos más familiarizados con esos pequeños alienes que se hacen llamar niños, cómo podría manejarse mejor la situación. ¿Ayudaría cantarle una nada, que todos intentáramos consolarlo? acaso, estaría solo asustado, porque los aviones son fríos, enormes y metálicos, bestiales, potentes y letales, nuevos, desconocidos, sucios…y el es solo un niño. Y todos fuimos un niño.

Nos sirven café. El niño se mueve inquieto en el asiento. Es un vuelo corto. La escala en Panamá es de tres horas.

Más

Anhelo

Trás dos o tres semanas sola, y en constante movimiento, la quietud ha llegado a mis pensamientos. He estado pensando en quedarme quieta. Siempre en movimiento, se me hace que nada es profundo, salvo la relación conmigo misma. He estado buscando la quietud, la monotonía de lo cotidiano.  La idea vino a mi al caminar entre las pintorescas casitas de San Martin de Los Andes, un pequeño pueblo turístico al sur de Argentina, rodeado de lagos y montañas para días. Es ese tipo de pueblos que se escoge para escapadas de fin de semana con amigas, una pareja o la familia. Excepto que, sin excepción y por elección propia, estaba sola.  El pensamiento me asalta al ver un jardín bien decorado, o cuando alcanzo a espiar una biblioteca a través de una ventana mal tapada (y un poco de punta de pies. Sí, ¿está mal mirar dentro de las casas ajenas?). Cuando siempre estás en movimiento, puede resultar imposible tener un jardín, una huerta. Cuando no estás quieto, no podés decorar una casa, escoger los manteles, renovar la cocina, enojarte porque los cubiertos no están guardados. No podés comprar ropa nueva, tener una colección de miniaturas, ni una biblioteca.  No tenés una vieja casona de tejas rojas y rebocado amarillo, la fachada exterior carcomida por la humedad y el pasar de los largos, largos años; donde recibir a los amigos que viajan, van de paso, y no has visto en años. No tenés amigos con los que cenar una vez al mes, acogidos por la calidez del conocimiento mutuo.  Suena el timbre, se grita un “ya voy”: la casona se convierte en hogar. A la luz de las velas, largas y delgadas, está puesta la mesa, con un florero como centro de. Se sientan en rededor, y a pesar de la quietud, el mundo interior se ve disruptido, entra el calor, las paredes, antes indiferentes, se tornan cálidas.  Tal vez sea mi incapacidad de formar lazos profundos con las personas que conozco hace menos de media hora. Tal vez porque me han enseñado a no confiar en los extraños, o porque soy mujer y viajo sola, o soy incapaz de formar amistad tras cruzar una o dos palabras. No puedo llevar mi hogar a cuestas, colgando a medias de mis hombros, destartalándose a cada paso. Lo dejo atrás. No puedo tenerlo todo. Quisiera saber cómo quedarme quieta, Me gustaría poder decir: todos los veranos con mi familia íbamos a X y Y lugar y hacíamos tal y cuál cosa y así capaz me sentiría un poco más significativa y podría decir: “soy este tipo de persona”.  Pero no conozco más que este cambio constante, de individuos, lugares y multitudes. No soy más que este constante ir y venir, esté vaivén de amores y odios, de indecisión y distracción.  

2017-2025: dinero

También me zumban los oídos. Hoy subí a casa caminando porque no tenía dinero para el bus…

Verano Serú

Este verano, con la ventana cerrada y el ventilador en su máxima potencia, no alcancé a escuchar el titilar de las cigarras al caer la noche. 

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