Lo familiar, lo rico, y lo cálido.

Desde que llegué a este país me ronda en la cabeza hace un tiempo, mientras me re-familiarizo con los olores, sabores, sensaciones y lugares, que las cosas que encontramos bellas, sabrosas o cálidas, no son más que las cosas familiares a las que estamos acostumbrados y guardamos muy dentro nuestro.

Pienso en cómo entre mis hermanas, mamá y yo, criticábamos la repostería y demás sabores colombianos. Con tanta agudeza, como si fuésemos expertas en cultura o gastronomía. Pienso, que lo que en realidad podríamos haber estado buscando, son los sabores familiares de nuestra infancia.

Así es con todo en la vida. Cuando pruebo cualquier golosina, buena, cara o barata, todas me gustan. Cuando nos enamoramos, cuando hacemos amigos, o formamos una familia, orbitamos inconscientemente hacia lo familiar. Todas están impregnadas de esa sazón que se repite como una secuencia. Nos movemos hacia las cosas familiares que en algún momento nos trajeron felicidad.

Escribo lo anterior y me viene a la mente lo mucho que me gustan las comidas por completo ajenas a la cultura en la que crecí. Comidas como:

  • El kimchi
  • El Pho
  • El rábano encurtido
  • El ramen

Todos platos ajenos a la sazón con la que formé mi paladar durante esa primera infancia. Son ahora parte de una segunda o tercera parte de mi vida. Como el tiempo que anhelé ir a Corea y el tiempo que anduve allá. Aunque no siempre fui feliz, y no siempre me sentí recogida. Aún así ahora es un lugar familiar para mi. Con sus casas de tejas negras, y sus edificios altos. Las calles amplias, y las colinas estrechas en los barrios. Lo familiar no necesariamente es lo feliz. Orbitamos hacia lo conocido, aunque sea malo.

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Anhelo

Trás dos o tres semanas sola, y en constante movimiento, la quietud ha llegado a mis pensamientos. He estado pensando en quedarme quieta. Siempre en movimiento, se me hace que nada es profundo, salvo la relación conmigo misma. He estado buscando la quietud, la monotonía de lo cotidiano.  La idea vino a mi al caminar entre las pintorescas casitas de San Martin de Los Andes, un pequeño pueblo turístico al sur de Argentina, rodeado de lagos y montañas para días. Es ese tipo de pueblos que se escoge para escapadas de fin de semana con amigas, una pareja o la familia. Excepto que, sin excepción y por elección propia, estaba sola.  El pensamiento me asalta al ver un jardín bien decorado, o cuando alcanzo a espiar una biblioteca a través de una ventana mal tapada (y un poco de punta de pies. Sí, ¿está mal mirar dentro de las casas ajenas?). Cuando siempre estás en movimiento, puede resultar imposible tener un jardín, una huerta. Cuando no estás quieto, no podés decorar una casa, escoger los manteles, renovar la cocina, enojarte porque los cubiertos no están guardados. No podés comprar ropa nueva, tener una colección de miniaturas, ni una biblioteca.  No tenés una vieja casona de tejas rojas y rebocado amarillo, la fachada exterior carcomida por la humedad y el pasar de los largos, largos años; donde recibir a los amigos que viajan, van de paso, y no has visto en años. No tenés amigos con los que cenar una vez al mes, acogidos por la calidez del conocimiento mutuo.  Suena el timbre, se grita un “ya voy”: la casona se convierte en hogar. A la luz de las velas, largas y delgadas, está puesta la mesa, con un florero como centro de. Se sientan en rededor, y a pesar de la quietud, el mundo interior se ve disruptido, entra el calor, las paredes, antes indiferentes, se tornan cálidas.  Tal vez sea mi incapacidad de formar lazos profundos con las personas que conozco hace menos de media hora. Tal vez porque me han enseñado a no confiar en los extraños, o porque soy mujer y viajo sola, o soy incapaz de formar amistad tras cruzar una o dos palabras. No puedo llevar mi hogar a cuestas, colgando a medias de mis hombros, destartalándose a cada paso. Lo dejo atrás. No puedo tenerlo todo. Quisiera saber cómo quedarme quieta, Me gustaría poder decir: todos los veranos con mi familia íbamos a X y Y lugar y hacíamos tal y cuál cosa y así capaz me sentiría un poco más significativa y podría decir: “soy este tipo de persona”.  Pero no conozco más que este cambio constante, de individuos, lugares y multitudes. No soy más que este constante ir y venir, esté vaivén de amores y odios, de indecisión y distracción.  

2017-2025: dinero

También me zumban los oídos. Hoy subí a casa caminando porque no tenía dinero para el bus…

Verano Serú

Este verano, con la ventana cerrada y el ventilador en su máxima potencia, no alcancé a escuchar el titilar de las cigarras al caer la noche. 

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