Ramen

—¿Qué?

—Está sangrando.

Miré hacia donde señalaba su dedo paliducho, demasiado delgado. Me tuve que girar bastante. Efectivamente, el calcetín estaba impregnado de sangre, había traspasado la media y empezaba a teñir la tela del tenis. Temí que fuera a manchar las baldosas del supermercado. ¿Y si me hacían limpiarlo?

—Ah esto, no es nada. No se preocupe. Con razón me sentía un tanto mareada —Bromeé. No se rio.

—¿Está bien? —Parecía preocupado.

—¿Qué si estoy bien? Claro que lo estoy. Esto pues, ha sido un accidente, me he regado un poco de algo al salir de casa.

No me creyó. Bueno, que me creyera o no poco importaba.  Lo que de verdad me importaba era salir de esa bendita fila de una vez y poder llevarle los fideos a Miguel, ese ramen que tanto le gustaba.

Pero la cajera no se movía. De forma muy imprudente, había pegado oreja donde nadie le pidió que se metiera. Estaba medio inclinada sobre la caja, en un intento vano de ver qué tanto me detenía de pagar. Le pedí que se apurara, que llevaba prisa. Mentira. No tenía prisa alguna, a Miguel ya no le importaba si me demoraba demasiado en el súper. Habíamos dejado de hablar, no como si antes habláramos mucho, solo nos sentábamos juntos a comer los fideos y ya. Del resto, ni nos mirábamos. Se pasaba todo el día en esa condenada silla, mirando la pantalla estática del televisor, esperando que por arte de magia le llegara la iluminación para su “¡próxima gran idea!”. Próxima gran idea de mierda, en realidad.

Todos los experimentos le salían mal. Al principio no era así. Pero las cosas cambiaron con el primer pie en el umbral de la puerta de casados. Como si el Miguel que conocía nunca hubiese existido. Lo abdujeron los aliens o lo secuestró la mafia o se escapó y dejó un clon al que se le olvidó imprimirle las neuronas en el cerebro. Proyecto nuevo tras proyecto nuevo, sin terminar nunca nada, siempre ingeniandoselas para reventarme la vida, o los talones.

En fin. Después de un pestañeo insistente, y decirle a Cindy, la cajera, que se calmara, gracias, estoy muy bien, sí, no necesito una ambulancia, la va a necesitar usted si se sigue alterando, ah, y que no necesitaba bolsa, pude pagar. ¡Gracias! Qué alivio.

Me dirigí feliz y campante hacia casa, con el ramen y un pequeño pack de cervezas. Sin embargo, a medida que me acercaba a la portería del edificio mi energía fue disminuyendo. Tal vez me debería haber quedado hablando con Cindy. Un poco entrometida, pero amable.

Saludé al portero, que no me devolvió el saludo, y subí uno a uno los peldaños de la escalera. Esa horrible escalera amarilla y marrón con un barandilla verde. Si arreglaran el ascensor no tendría por qué verla más. Pero tengo que verla, y subir de poco a poco…

Llegué sin aliento al rellano del pasillo. Lo único que se escuchaba era el subir y bajar de mi pecho. Ya podía sentir a Miguel. El calor y la humedad de los últimos días estaban haciendo su efecto.  Tendría que bañarlo tarde o temprano, si las cosas seguían así, no tardarían en llamar para quejarse. Me acerqué vacilante a la puerta, respire hondo y entré.

—Llegué. ¿Te fue bien hoy? ¿Pasó algo interesante en la tele? —le pregunté.

No dijo nada. Se quedó ahí, inmóvil, analizando el aire. De vez en cuando ladeaba la cabeza a un lado o al otro, como si estuviera contemplando una ecuación muy compleja.

—Voy a hacer fideos, ¿quieres?

“…”

Los últimos días estuvo muy callado, tremendamente parco. De vez en cuando creía escucharle decir algo, pero cuando le preguntaba que qué, no decía nada, me hacía sentir como si estuviera perdiendo la cabeza.

Me dispuse a cocinar los fideos. Mientras el agua hervía corté algunas verduras, champiñones, cebolla, un poco de rábano. Freí un huevo y espere un rato más. Me entretuve esos minutos mirando a Miguel. La cara pálida, los párpados caídos, las comisuras de la boca esbozando una tenue sonrisa. Incluso tuve la oportunidad de admirar algunos de los nuevos habitantes que se alojaban en su interior.

Una vez el agua hirvió, abrí los paquetes de ramen y los tiré en la olla. Añadí el polvo saborizante, las verduras y cuando estuvo todo cocido metí el huevo.

— ¿No vas a comer?  —le pregunté.

Silencio.

—¿Es que quieres que te lo dé? . A ver, abre grande. Di: AHHHHH

Y con esfuerzo le fui abriendo poco a poco la boca. Rígida. Y a cucharadas le embutí el ramen hasta vaciar el tazón.

Más

50 gramos

Siento que hay una piedrita dentro de mí. Materiales: las cosas que soy.

Anhelo

Siempre en movimiento, se me hace que nada es profundo, salvo la relación conmigo misma. He estado buscando la quietud, la monotonía de lo cotidiano.

2017-2025: dinero

También me zumban los oídos. Hoy subí a casa caminando porque no tenía dinero para el bus…

¿Qué te pareció?

Compartir:

Facebook
LinkedIn
Twitter